He aquí una moraleja dura y real como la vida misma y no las de modern family.
Vicente Romano. El cadillac
En la República Democrática de Alemania (RDA), el servicio de vacaciones de la Federación Alemana de Sindicatos Libres (FDGB, por sus siglas en alemán) se creó ya en 1947, antes incluso de su proclamación como Estado en 1949. Su principal aportación fue la creación de toda una serie de establecimientos sencillos y muy baratos que acogían a los turnos de los trabajadores y sus familias durante los meses de julio y agosto. Este servicio sindical desplazó al turismo privado, mucho más caro y limitado. Salir al extranjero y pasar unas vacaciones en alguno de los lugares turísticos tan publicitados en los medios capitalistas era lago inalcanzable para las masas.
La mayoría de la población apreciaba mucho pasar sus días de vacaciones en estos establecimientos regidos por los sindicatos. Estaban situados en la costa del Báltico, a orillas de los lagos y en los lugares más atractivos del territorio. Era algo que los afortunados que conseguían plaza se podían permitir, dado que su precio era mínimo, casi simbólico. Se consideraban más o menos como un premio a su buen comportamiento en el trabajo.
Uno de estos establecimientos estaba situado en los bosques del Spreewald, uno de los enclaves turísticos más hermosos de la RDA y de la Europa Central. Esta comarca de unos 1000 km2, situada en el Estado de Brandeburgo, es un paraje único en Europa. En ella, el río Spree forma una especie de delta interior con sus numerosos brazos y canales. De ahí le vine el nombre de “la Venecia de Brandeburgo”. Acoge también curiosas y ricas tradiciones culturales de los primeros colonos de Lusacia, los sorbios y vendos, de ascendencia eslava, incluida su lengua.
En medio de este paraje insólito y bello la Central sindical dispone de uno de los albergues más amplios y hermosos. Este año de 1979, la FDGB me ha otorgado el privilegio de pasar una semana en él con mi familia. Aquí, padres y niños disfrutan de los paseos en barca por los numerosos canales, o en coches de caballos por los caminos abiertos en el bosque. También se organizan excursiones a la cercana Cottbus, la segunda ciudad de Brandeburgo, a poca distancia de Polonia.
Como estoy realizando un estudio de la comunicación social en un país socialista, me suelo quedar en la sobremesa y en las horas de la merienda charlando con los trabajadores y trabajadoras con quienes comparto tiempo y espacio de vacaciones. Al saber que soy extranjero, que vengo del “Paraíso capitalista”, la curiosidad por los respectivos modos de vida es recíproca. Percibo que algunos se sinceran más conmigo y se permiten ciertas confidencias.
Una tarde me quedo a solas con Egon, un obrero metalúrgico que trabaja en la fábrica de automóviles de Zwickau, donde se produce el popular Trabant, el “compañero viajero” tan ridiculizado en la Alemania capitalista del Volkswagen, el Audi y el Mercedes. El Trabant es un utilitario pequeño, de bajo costo, muy barato, de factura casi artesanal, de gran versatilidad, ligereza y facilidad para las averías. Contaba con espacio para cuatro adultos. Para conseguir uno había que apuntarse en las largas listas de espera.
Egon, alto y flaco, de unos 50 años de edad tiene su Trabant, pero está a disgusto con él. Buen conocedor de los automóviles y de las marcas, aspira a algo más. No tarda mucho en dar rienda suelta a su malestar y descontento con las de su país y el sistema socialista. Se atreve incluso a confiarme que en la RDA hay falta de libertad. Me esfuerzo por poner mi expresión más receptiva y lo animo a que concrete.
-¿Por qué no funciona el socialismo?
-Muy sencillo, porque no me permite comprar un Cadillac, responde tajante.
Mi sorpresa es mayúscula. Un simple obrero metalúrgico quiere comprarse un Cadillac. Y pienso en la afirmación de K. Marx de que los seres humanos sólo se plantean problemas que pueden solucionar.
– ¿Para qué quieres tú un coche así?
-¡Pues para ir de vacaciones a Marbella! – afirma con toda rotundidad.
Me deja estupefacto. Su respuesta evidencia que mira más la televisión de la RFA y sus anuncios que la de su país. Todo el territorio de la RDA está cubierto por los numerosos repetidores colocados estratégicamente a lo largo de la frontera común. Su programación también está destinada a la población de este país. Y una de sus principales funciones consiste en demostrar su falta de libertad estimulando el consumo de bienes de los que ellos carecen o tienen gran dificultad en conseguir . Y uno de ellos es, naturalmente, la imposibilidad de adquirir coches de lujo y pavonearse con ellos en los lugares de veraneo de la clase ociosa de la jet society, como Marbella. Se trata de uno de los recursos propagandísticos más efectivos. De otro modo no se entiende la frustración de este hombre.
No lo disuade decirle que los obreros españoles no disponen de Cadillacs ni juerguean con la minoría parasitaria que copa la ostentación del lujo de las revistas y programas televisivos “del corazón”. Que un Cadillac es algo que ningún obrero puede permitirse.
-¡Pero es que yo sí tengo el dinero! – afirma.
Deduzco que está también al corriente de los precios y dudo mucho de que haya podido ahorrar tanto dinero. Tampoco me doy por vencido y vuelvo al ataque.
– ¿Pero tú sabes que en España los obreros hacen cola en las oficinas del desempleo para buscar trabajo? ¿Qué personas que carecen de trabajo y hasta tienen que emigrar a otros países para encontrarlo?
Ahora es él quien pone ojos de plato.
– Eso no puede ser. Es imposible. Para eso está el Estado.
A Egon le resulta incomprensible que pueda haber personas sin empleo, sin trabajo. No puede entender la existencia de semejante orden social.
Y esta es precisamente la diferencia entre su falta de libertad para comprarse un Cadillac y pasar unas vacaciones en Marbella y la libertad que gozan los trabajadores en la sociedad capitalista para llevar al mercado su fuerza de trabajo y encontrar a alguien que se la compre.